Tras celebrar sus primeras elecciones multirraciales en 1994, la democracia que Sudáfrica proponía para sí mismo era de unidad en la heterogeneidad. Sin embargo, tras pasar por el colonialismo, primero, y el apartheid, segundo, pues se había generado un orden nuevo y una sociedad que era, a todos los efectos, multiétnico y multicultural, pero profundamente fragmentado. El Sudáfrica postapartheid se enfrenta a dos retos importantes: desmontar el andamiaje colonialista, por un lado, y el segregacionista, por otro. Con todo, se estima necesario desarrollar una cultura democrática además de implementar instituciones democráticas. Se pretende abordar lo anterior combinando lo mejor de la sabiduría de occidente con lo mejor de los conocimientos indígenas africanos. Es en este terreno que puede iniciar la desarticulación de un colonialismo interiorizado. Se presta, por tanto, como una posible referencia para las otras partes del mundo quienes se enfrenta a retos similares. Habiendo nacido una nación racializada, pretende trascender esta y las demás barreras no solo a través de una política de no racialización sino abogando por la necesaria despolitización de una supuesta pertenencia racial. Se suma, por extensión, a las corrientes según las cuales resulta perjudicial en una sociedad racializar una nacionalidad si es que, al fin y al cabo, se desean entablar relaciones sociales equilibradas entre iguales. De esta manera es posible suplantar una hermenéutica racial con una intercultural, y, por ende, adoptar prácticas sociales e implementar políticas equilibradas dirigidas al bien común y a una convivencia agónica, pero civil. En fin, ¿Cómo se ve la unidad política y la diversidad cultural en una democracia poscolonial y posapartheid 30 años más tarde? ¿Qué lecciones se pueden extrapolar de esta experiencia?
Desarticular para rearticular una multiculturalidad sudafricana posapartheid 30 años más tarde.
Josephine Vaccaro