Nuestro futuro es urbano. Cuando se lanzaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, se predijo que en 2050 dos tercios de la población mundial viviría en ciudades. La urbanización es un proceso de transformación demográfica, espacial, económica, medioambiental y sociocultural de las sociedades, mediante el crecimiento y los desplazamientos de la población; la transición de medios de vida agrarios a economías monetarias basadas en el comercio, los servicios o la industria; el aumento de la distancia entre los lugares donde se extraen y consumen los recursos y se gestionan los residuos resultantes; la expansión de los asentamientos y la aglomeración de personas e infraestructuras; la transición de relaciones e identidades étnico-familiares a socialidades heterogéneas y cosmopolitas (Satterthwaite y Tacoli, 2003; Jenkins, 2013; Naciones Unidas, 2018). Estos procesos se han producido gradualmente a lo largo de la historia humana, desde el inicio de la producción agrícola y la sedentarización, y se han consolidado durante la Revolución Industrial. A mediados del siglo pasado se produjo una espectacular aceleración de la urbanización de las sociedades del llamado “Sur Global”, desde ciudades ancestrales y coloniales que se convirtieron en capitales de nuevos estados independientes y crecieron exponencialmente, hasta centros urbanos que acogieron el éxodo rural producido por las luchas de liberación nacional, los programas de ajuste estructural socioeconómico y la apertura global a la economía de mercado. Por eso se considera que vivimos en la “revolución urbana” (Lefebvre, 1970). En el continente africano, los procesos de urbanización han tenido lugar en contextos histórico-geográficos específicos y, aunque similares a los de las ciudades de todo el mundo, los centros urbanos africanos presentan características peculiares derivadas de los legados coloniales, las prácticas extractivistas neoliberales y una industrialización limitada (Fay & Opal, 2000; Anderson et al, 2013). El rápido aumento de la población urbana, la informalidad y la migración circular, la interdependencia con los territorios rurales adyacentes, las relaciones sociales impregnadas de ruralidad y las formas híbridas de gobernanza entre autoridades consuetudinarias e institucionales caracterizan estos procesos de urbanización (Pieterse y Parnell, 2014; Pieterse, 2017). Sin embargo, el estudio de la formación y el desarrollo de las ciudades surgió formalmente a partir de los fenómenos de urbanización observados en Europa y Norteamérica a partir del siglo XIX. Fue el resultado de la industrialización y el crecimiento económico, del éxodo rural y de la aparición de la burguesía y el proletariado como nuevas clases sociales. La urbanización euroamericana se ha tomado como paradigma del “desarrollo” y la “modernidad” urbanos, y la racionalidad, la eficacia y, más recientemente, el desarrollo “verde” e “inteligente” se han convertido en condiciones del “éxito” urbano en comparación con el “resto del mundo” (Robinson, 2006). Este eurocentrismo, basado en la diferencia, la separación y la jerarquización, se materializó en supuestos normativos sobre “otras ciudades” como lugares problemáticos de caos y fracaso, rechazando sus características intrínsecas, sus desarrollos alternativos y sus modernidades originales (Simone, 2004). La sociología urbana positivista pretendía formular teorías generalizables y predecir la evolución futura de las sociedades urbanas, utilizando modelos matemáticos y análisis estadísticos para probar las hipótesis (Koch y Latham, 2017, eds.). Este enfoque cuantitativo de las ciudades como redes de infraestructuras, burocracia y tecnología descuida sus dimensiones cualitativas, sensoriales y vividas; ignora las fuerzas estructurales que dan forma a las ciudades -capital, clase y política- en sus contextos territoriales e históricos, y sus productos de fragmentación y jerarquización espacial e injusticia social, especialmente para los habitantes pobres y las minorías étnicas (Mbembe y Nuttal, 2004; Koch y Latham, 2017, eds.). Pero ver las ciudades como el resultado de interacciones económicas e institucionales también ignora otros tipos de división además de la de clase -como la raza, la religión y el género- y devalúa las iniciativas de los urbanitas que cocrean la ciudad, considerados víctimas de fuerzas estructurales; la gobernanza formal es sólo una cara de la vida urbana, ya que las redes informales de interacción desempeñan un papel fundamental en la prestación de servicios, la resolución de problemas y la creación de oportunidades (Simone, 2004). Además, las sociedades anteriormente colonizadas no pueden comprenderse plenamente sin abordar las repercusiones del colonialismo, especialmente en lo que se refiere a la producción y difusión de conocimientos. Así, los académicos urbanos contemporáneos reivindican las “otras ciudades” como igualmente válidas para forjar la teoría urbana, ya que en cada una de ellas pueden observarse características comunes de la urbanización y la globalización, a distintos niveles y escalas (Robinson, 2006). Los urbanistas interdisciplinarios proponen comparaciones horizontales en lugar de jerarquías verticales para captar los motores de la (trans)formación urbana: cómo hacen y viven las ciudades sus habitantes en sus vidas materiales, significados subjetivos e interacciones colectivas; con sus retos cotidianos y las estrategias que definen para superarlos (Myers, 2001; Parnell y Pieterse, 2016; Patel, 2016). Esta crítica cuestiona los modelos exógenos, las teorías y los métodos de investigación que se adaptan mal a los contextos de frágil gobernanza, irregularidad de los datos, grandes necesidades humanas y seguridad inestable de muchas ciudades globales. Los métodos colaborativos, interdisciplinarios, comparativos y mixtos de coproducción de conocimientos pueden abarcar las complejas dimensiones cuantitativas y cualitativas de lo urbano y crear puentes entre académicos, responsables políticos, profesionales y urbanitas para estimular un desarrollo urbano positivo. Las voces no académicas del cine, el arte, la fotografía, el periodismo y la literatura deben aceptarse como válidas para analizar, teorizar y comunicar la ciudad. Los académicos-activistas contemporáneos abogan por la “descolonización” de la investigación científica, pasando del “extractivismo” académico a la colaboración, conscientes de la dinámica de poder entre investigadores y participantes y de los productos científicos convencionales que la refuerzan (Parnell & Oldfield, 2014, Eds.; Gubrium & Harper, 2016 ; Marrengane & Croese, 2020, Eds.). Un ejemplo de esta crítica es el constructo del Urbanismo del Sur, formulado por académicos del Centro Africano de Ciudades de la Universidad de Ciudad del Cabo (Pieterse, 2015; Schindler, 2017), basado en la rápida urbanización de los continentes africano y asiático: las teorías arraigadas en realidades diversas (teoría fundamentada) y la experimentación metodológica interdisciplinar con herramientas participativas y proposiciones endógenas son cruciales para producir conocimientos útiles para el desarrollo urbano y la sostenibilidad. Otros constructos decoloniales como el Conocimiento Indígena (Owusu-Ansah & Mji, 2013) y la Investigación Relacional (Gerlach, 2018) vinculan la producción de conocimiento a contextos histórico-culturales específicos, rechazando la “neutralidad objetiva” del positivismo eurocéntrico y argumentando que el conocimiento también es experiencial y colectivo. Estos constructos cuestionan la teoría urbana dominante y son útiles para analizar críticamente las ciudades. Dentro de este marco teórico, el objetivo de este panel es invitar al debate sobre los enfoques decoloniales de los estudios urbanos en el continente africano, que analizan los fenómenos y procesos espaciales, sociales, económicos, medioambientales o políticos de la urbanización contemporánea, utilizando diversos conceptos teóricos y prácticas metodológicas.
13. Ciudades africanas: enfoques decoloniales de los procesos y fenómenos de urbanización contemporáneos
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